En igual medida y en cantidad infinita

Lindsey Jodts, Pastora de Grupos y C&J, South Barrington | 15 de mayo de 2025

El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
Juan 10:10

 El Señor es compasivo y clemente,
lento para la ira y grande en amor.
Salmo 103:8


Al bajar del coche después de mi viaje al trabajo, sentí la necesidad de hacer una pausa, respirar hondo y recomponerme antes de entrar al edificio para empezar el día. Me emocioné inesperadamente después de escuchar un episodio de un podcast donde los presentadores entrevistaban a una autora sobre su último éxito de ventas. ¿Por qué lloro solo al oír a alguien hablar de un libro que ya he leído no una, sino dos veces?

Escuchar y celebrar a alguien que vive sus pasiones y dones me hace, literalmente, llorar. 

Aunque me encantaría decir que esas lágrimas eran pura alegría y deleite, celebrando a una persona que lograba una gran meta, viviendo sus sueños y dones, y recibiendo elogios con humildad y gratitud, mentiría porque también había una punzada de celos en esas lágrimas. ¿Con qué frecuencia vemos a alguien haciendo algo que ama, o logrando algo, o incluso experimentando un pequeño momento de alegría, y sentimos la agridulce punzada de envidia en medio de nuestra felicidad por ellos? En mi experiencia, ver a alguien viviendo la gloria plena que Dios le dio puede resultar casi intolerable; estoy cautivada por su bondad, pero apenas puedo soportarla por el anhelo que siento de experimentar lo mismo. En lugar de celebrar, creo en la mentira de que no soy suficiente. 

Es en estos momentos que debo recordarme que Dios no limita la pasión y el propósito que existen en el mundo. Los dones y logros de los demás no restan valor al propósito de Dios para mi vida. No se trata de un juego de equilibrio —si uno recibe bondad, el otro no— ni los dones y bendiciones de Dios son un recurso finito. 

Nuestro Dios es un Dios de abundancia, que derrama amor y gracia a partes iguales en una provisión infinita. Jesús vino para que todos tuviéramos vida en abundancia, no solo algunos. Celebrar y deleitarse en una persona no la hace menos digna de celebración y deleite. Que una persona viva el llamado del Señor no significa que otros no puedan hacer lo mismo. 

Nuestros logros y sueños no son nuestra identidad; Dios nos ve y nos ama, independientemente de lo que hagamos o dejemos de hacer en esta vida. El perdón pleno y completo está disponible para todos. El amor de Cristo es abundante y abundante. 

Así que cuando las mentiras del enemigo intentan robarnos nuestro deleite en los demás diciéndonos que no somos suficientes, podemos hacer una pausa, respirar y escuchar la voz de Jesús que dice: “ He venido para que ustedes (¡sí, ustedes!) tengan vida en abundancia”.

Próximos pasos

¿En qué aspectos de tu vida experimentas la fuerza de la envidia? Sé honesto con Dios y ora o escribe un diario al respecto. En una postura de entrega, ora para confiar en la abundancia de Dios para ti.