¡Soy el último! ¡Soy el último!

Sherri Shackel-Dorren, redactora voluntaria, Wheaton | 17 de abril de 2025

Dios me ha dado gracia para hacer una advertencia sobre el orgullo. Os pido a cada uno de vosotros que os despojéis de la autopromoción y no os creéis una falsa imagen de vuestra importancia. En su lugar, evalúen honestamente su valor utilizando la fe que Dios les ha dado como patrón de medida, y entonces verán su verdadero valor con una autoestima adecuada. En el cuerpo humano hay muchas partes y órganos, cada uno con una función única. Lo mismo ocurre en el cuerpo de Cristo. Porque aunque somos muchos, todos hemos sido mezclados en un solo cuerpo en Cristo. Esto significa que estamos vitalmente unidos unos a otros y que cada uno contribuye a los demás. La maravillosa gracia de Dios imparte a cada uno de nosotros diversos dones y ministerios que son exclusivamente nuestros. Así que, si Dios te ha dado el don de gracia de la profecía, debes activar tu don usando la proporción de fe que tienes para profetizar.
Romanos 12: 3-6 (TPT)


Era un cálido día de primavera en el Medio Oeste. La escuela primaria celebraba su primera competición de atletismo. Los niños estaban tan emocionados por correr como por quitarse la sudadera después del largo invierno. Sonó el disparo y todos se pusieron en acción. Sus piernecitas corrían tan rápido como podían para recorrer los 400 metros de principio a fin. En cuestión de segundos, la carrera terminó entre vítores entusiastas de "¡Así se hace!", "¡Lo habéis conseguido!" y "¡Súper trabajo!". Bueno, es decir, casi terminó. El hijo pequeño de mi amiga, Eli, seguía corriendo. Tiene síndrome de Down y eso hace que corra más despacio que sus compañeros, así que seguía completando su recorrido. 

Todas las miradas se volvieron hacia él cuando, instantes después, se acercó a la línea de meta, radiante de alegría y gritando: "¡Soy el último! Soy el último". Todos aplaudieron su hazaña. 

Para nosotros es fácil escuchar la historia de Eli y sonreír. Compartimos su alegría por hacer algo que le gusta sin hacer referencia a cómo se compara con los demás. Y, sin embargo, qué difícil nos parece hacerlo a nosotros mismos, ¿verdad? Cuando Pablo nos amonestó a despojarnos de la autopromoción y a no crearnos una falsa imagen de nuestra importancia, nos mostró el camino de Cristo, el camino de la libertad y el camino por el que podemos disfrutar tanto de nuestros logros como de los de los demás. 

Justo antes de los versículos 3-6, Pablo nos dice que seamos transformados por la renovación de nuestra mente. El mundo nos condiciona a comparar y competir constantemente. Pablo nos dice que recibamos y nos regocijemos en los dones que Dios nos ha dado, a nosotros y a los demás. Cuando vivimos a la luz de la total dependencia de Dios y del conocimiento de que todo lo que hacemos se lo debemos a su poder, pensamos de manera diferente. Reconocemos que cada uno de nosotros es único. Nadie puede hacer exactamente lo que otro puede hacer en la forma en que lo hace. Queremos que los demás triunfen tanto o más que nosotros mismos, porque así es como mejor funciona un cuerpo. 

Próximos pasos 

Tómate tiempo para imaginar el deleite de Dios en tu trabajo/escuela/casa. Observa cómo se deleita también en los que te rodean y hacen bien su trabajo. ¿Cómo te sientes? ¿Cómo puedes participar en esta realidad?  

¿Hay alguien con quien compites o con quien te comparas? Cambia tus comparaciones por una conversación sincera con Dios. Dale gracias por lo que te ha llamado a hacer. Pregúntale cómo podrías servir o apoyar a esa persona con la que te estás comparando.