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Lindsey Jodts, Pastora de Grupos, South Barrington | 29 de abril de 2025

"¡Arrepiéntete de mi reprimenda!
Entonces os expondré mis pensamientos,
os daré a conocer mis enseñanzas."
Proverbios 1:23


En mi vida, una de las respuestas que más me cuesta dar es "no lo sé".

Ya sea que se trate de alguien nuevo en su fe que pregunta una de las muchas, muchas preguntas difíciles con las que luchamos en nuestra fe, un amigo que lucha por la racionalidad en asuntos familiares complejos, o mis propios hijos que preguntan acerca de su tarea de matemáticas(cambiaron las matemáticas, no tengo ni idea de qué se trata), responder con un "no sé" es difícil. Me hace sentir muchas cosas: impotente, inseguro, incompetente, inútil... quizá todas las anteriores. 

Por difícil que sea admitir que no sé, lo más difícil que he aprendido es que cuando admito que no sé, en realidad me abro a algo diferente: la curiosidad. 

Cuando nos falta curiosidad, hay poco espacio para la información nueva. Llegamos a estar seguros de las cosas, viéndolas como correctas o incorrectas, blancas o negras, de esta manera o de ninguna. Perdemos la capacidad de ver matices, cambiar de postura o ver otras perspectivas. Nuestra propia arrogancia se interpone en el camino de todo lo demás. 

En cambio, la curiosidad nos invita a aceptar nuevas ideas, formas de pensar y posibilidades alternativas. Nos permite ver el mundo a través de los ojos de los demás y nos invita a comprender mejor todo lo que aún no entendemos.  

El antiguo filósofo griego Sócrates dijo: "La única sabiduría verdadera es saber que no sabes nada". Sócrates es reconocido como el fundador de la filosofía occidental. De sus diálogos grabados surgieron modelos enteros de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, en lugar de imponer ideas, se hizo eco de un antiguo llamamiento a otra cosa: la humildad. Decir "no sé" es un reconocimiento de nuestra propia falibilidad y limitaciones y una invitación a abrazar la humildad como camino hacia la curiosidad. 

No podemos ser curiosos si no somos lo bastante humildes para admitir que no lo sabemos todo. 

El libro de los Proverbios comienza con una declaración del personaje de la Dama Sabiduría, la personificación de la sabiduría del Señor, que llama a los que pretenden ser sabios a declarar primero su propia falibilidad. Arrepiéntete. Declara en qué fallas. Reconoce lo que no sabes. Comprende que lo que tienes que aprender es mayor que lo que sabes. Sólo entonces la sabiduría se derramará sobre ti. 

El simple acto de arrepentimiento, de abrirnos al reconocimiento de nuestros defectos, es un acto de humildad. Sólo cuando abrazamos la humildad podemos invitar a la curiosidad, catalizador del conocimiento y la sabiduría. 

Próximos pasos

¿Dónde has permitido que el orgullo te impida crecer y aprender? Reflexiona sobre las áreas de tu vida en las que te sientes estancado y fíjate si hay algo que necesites confesar. Acepta el acto de confesión como una forma de invitar a la curiosidad en esa área.