De la cabeza a los pies
Ed Miskovic, escritor voluntario, Huntley | 20 de septiembre de 2024

Hermanos míos, pocos de ustedes deberían hacerse maestros, porque saben que los que enseñamos recibiremos un juicio más severo.
Santiago 3:1
La multitud de hombres trajeados que rondaban frente a una iglesia en Dallas, Texas, me inquietaba. Un domingo por la mañana de abril de 1987, había decidido ir a una iglesia durante un viaje de negocios, pero la inquietud me convenció de pasar de largo y regresar al hotel. En cambio, más tarde ese domingo, asistí a un servicio vespertino en otra iglesia.
Esa noche, mientras escuchaba las noticias, me enteré de un crimen casi trágico que involucraba a la esposa del pastor de la iglesia a la que había decidido no asistir. Unos años después, su esposo, el pastor, fue acusado del crimen. Quizás por eso me sentí tan incómodo ese día.
La mayoría de los líderes o maestros espirituales no cometen crímenes tan graves, pero ciertamente hemos visto a suficientes pastores caer en desgracia en los últimos años como para que parezca algo común. Las consecuencias de este nivel de pecado han llevado a muchos a alejarse de la iglesia y disuaden a quienes no asisten: «Son todos hipócritas. No se puede creer ni una palabra de lo que sale de sus bocas».
Tal vez es por esta razón que encontramos en las Escrituras de hoy una advertencia (o un suave recordatorio) para aquellos que son maestros espirituales (o líderes): “Hermanos míos, pocos de ustedes deberían hacerse maestros, porque saben que recibiremos un juicio más severo” (Santiago 3:1).
Además del juicio más severo, existen consecuencias duraderas. Y estas consecuencias no se limitan a los pecados que aparecen en las noticias de última hora, sino a las debilidades cotidianas de la naturaleza humana. Por ejemplo, una palabra de enojo podría causar una impresión negativa en un joven.
Un efecto tan desastroso no se limita al comportamiento de un pastor docente ni al de otros miembros del personal pastoral. Se aplica a los líderes voluntarios: líderes de grupos pequeños, líderes de equipo, recepcionistas; todos nosotros en el cuerpo de Cristo, de la cabeza a los pies.
Próximos pasos
Lee Gálatas 5:16-21 y 2 Corintios 10:3-5. ¿Reconoces algún patrón de pecado en tu vida? Confiésalos a Dios y a un líder espiritual. Sacarlo a la luz es el primer paso para evitar que nuestro pecado siga causando daño.