No es ningún secreto: como seguidores de Cristo, somos muy buenos señalando los defectos de los demás e ignorando los nuestros. Desafortunadamente, esa hipocresía está haciendo que nuestros hijos cuestionen la validez de nuestra fe. No ocultemos nuestros defectos ni juzguemos a los demás; más bien, reconozcamos honestamente nuestras deficiencias y señalemos a Aquel que puede sanar: Jesús.