El Dador

Kristyn Berry, redactora voluntaria, Crystal Lake | 17 de marzo de 2025

Cuando Jesús levantó la vista, vio a los ricos que echaban sus donativos en el tesoro del templo. Vio también a una viuda pobre que echaba dos moneditas de cobre. "En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Todos estos han echado de sus riquezas; pero ella, de su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir."
Lucas 21,1-4


Hay que reconocer que este versículo solía incomodarme. Me revolvía el estómago y me dolía el corazón. La idea de que la pobre viuda diera sus dos últimas monedas a su templo, sin saber de dónde saldría la siguiente, me inquietaba. ¿Por qué iba a dar sus dos últimas monedas? Sabiendo que eran las últimas, ¿por qué Jesús no se las devolvió?

Cuando formamos nuestra familia, íbamos tirando cada semana. Cualquier gasto extra era una fuente de estrés y provocaba un sentimiento de incertidumbre sobre cómo podríamos salir adelante. A veces dejaba pasar el plato de la ofrenda y me justificaba pensando que Dios no querría que me estresara por ofrendar cuando apenas llegábamos a fin de mes.

No fue hasta que compartí mis penas con una querida amiga en Cristo que ella me recordó las muchas veces que Dios multiplicó las ofrendas cuando la gente de fe sacrificó lo muy poco que tenía. Como en el Sermón de la Montaña, cuando multiplicó cinco panes y dos peces en comida suficiente para alimentar a miles de seguidores (Juan 6, Mateo 14:17). Y cuando Dios envió a Elías a Sarepta y dijo que la viuda cuidaría de él y ella lo hizo y fue recompensada con harina y aceite sin fin (1 Reyes 17:7). Añadió que Dios ha provisto todo lo que tengo, y para ofrecerle gracias y alabanza, debemos confiar en que lo que damos a la iglesia y a otros necesitados se multiplicará a través de Él. Y aunque probablemente no me equivoque-Dios no querría que me sintiera estresada-Él querría que tuviera fe en que Él multiplicará mi ofrenda de alguna manera útil.

Daba ofrendas incluso cuando era incómodo y estresante, y sin embargo siempre se nos proveía. La viuda que ofrece sus dos últimas monedas ya no me incomoda. Ahora es un recordatorio de cuán grande es nuestro Dios al proveer para nosotros y tomar lo que proveemos y multiplicarlo para el mayor bien de todos los que lo siguen. 

Próximos pasos

¿Quieres rezar hoy conmigo?

Padre Celestial,

Tú eres el dador de todo don bueno y perfecto, y todo lo que tenemos es una bendición de Tu mano.

Señor, te presentamos nuestras ofrendas, no sólo nuestras finanzas, sino también nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros corazones. Te pedimos que tomes lo que ofrecemos y lo multipliques para Tu gloria. Así como Tú convertiste el almuerzo de un niño pequeño en un festín para miles de personas, confiamos en que Tú puedes tomar nuestros humildes dones y expandirlos más allá de lo que podemos imaginar.

Que estas ofrendas se utilicen para difundir tu amor, fortalecer tu Iglesia y llevar esperanza a los cansados. Que nuestras ofrendas sean un reflejo de nuestra fe, sabiendo que en Tus manos nada se desperdicia.

Bendice a los dadores, Señor, y aumenta su capacidad de ser una bendición para los demás. Al sembrar con fe, cosechemos con alegría, sabiendo que Tu provisión es infinita y Tus planes son siempre para nuestro bien.

Oramos esto en el poderoso nombre de Jesús. Amén.