El don de la presencia
Kerri Ash, escritora voluntaria, South Barrington | 8 de diciembre de 2023

Después de oír al rey, prosiguieron su camino, y la estrella que habían visto al salir iba delante de ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de alegría. 11 Al llegar a la casa, vieron al niño con su madre María, y se postraron y lo adoraron. Luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Mateo 2:9-11
Oí tu voz en mi corazón que decía: «Ven a buscar mi rostro», y mi ser interior respondió: «Yahvé, busco tu rostro con todo mi corazón».
Salmo 27:8 (TPT)
¿Te imaginas el regalo que le llevarías a Jesús y a su familia si tuvieras la oportunidad? Los Reyes Magos trajeron especias y cofres llenos de tesoros. Aun sin conocer toda la historia, sabían de Dios que este bebé era alguien especial. Pero nosotros conocemos la historia: Jesús lo dio todo para que pudiéramos estar cerca de nuestro Padre. Así que algo me dice que ni mi condimento favorito para fajitas ni el saldo de mi cuenta de Venmo tienen suficiente valor para presentárselos a mi Salvador.
La verdad es que Jesús hizo lo que hizo por algo mucho más valioso: yo. Todo lo que soy no tiene precio.
Aunque a veces me cuesta sentirlo así, mi presencia es el mayor regalo que le ofrezco. Una y otra vez en las Escrituras, Dios nos invita a buscar su rostro, pero lo hermoso es que no podemos buscar su presencia sin ofrecer la nuestra. ¡Así que orar es ofrecer nuestra presencia! Cuando nos presentamos a orar, incluso con una pequeña oración de una sola palabra, Él nos recibe con los brazos abiertos. De hecho, me gusta decir que se alegra, ya sea que nos presentemos cada 10 minutos o cada 10 años. No hay condenación por parte de Él, solo pura alegría por ofrecerle nuestra presencia.
Hace muchos años, le ofrecí a Dios lo que llamo mi "oración del manto": le entregué cada parte de mí: cada momento, pensamiento, emoción, acción y decisión. Así que sé que Él está conmigo en todo, y estoy agradecida por ello. Pero he notado que cuando realmente me tomo el tiempo para orar (o para entregarle mi presencia), las cosas me afectan de otra manera y mi espíritu se llena.
Quizás sea porque ofrecerle mi presencia no solo me permite hablar con él, sino también escucharlo. Él puede ofrecerme una imagen, una visión, un sonido, una palabra, un sentimiento o una sensación en esos momentos, lo cual demuestra que orar es una experiencia recíproca. Es un hermoso intercambio del don de la presencia mutua.
Próximos pasos
La próxima vez que sientas la necesidad de orar, tómate un momento e imagina la expresión gozosa y el rostro deleitado de Dios al verte. Recuerda que, gracias a Jesús, eres santo y perfecto a los ojos de tu Padre. Imagina su enfoque pleno y lleno de gracia, y su atención amorosa en cada parte de tu ser interior. Experimenta la certeza de que tus palabras no necesitan ser perfectas ni expresar la profundidad de lo que intentas decir, porque Él ya lo sabe. Observa el efecto de esta experiencia en tu espíritu.